07/07/2016
La familia es la principal red de cuidados que tenemos desde el nacimiento. Satisface las necesidades más básicas y necesarias de alimentación, aseo, amor, seguridad…, durante las etapas de crecimiento y de mayor vulnerabilidad, como sucede en los procesos de enfermedad y muerte. La familia nos acompaña en los momentos más importantes de la vida, el principio y el final.
El significado de cuidar es tan amplio como las respuestas que obtendrÃamos si preguntáramos a cada persona que ha cuidado a otra o a otros en algún momento. Lo tenemos integrado como un valor humano, que tiene matices culturales, sociales e incluso variables a lo largo de la historia de la humanidad. De hecho, quizás una de las dificultades de nuestra sociedad hoy es la falta de tolerancia a la dependencia, la adaptación a la pérdida progresiva de las capacidades, a la necesidad de ser cuidado.
El aprendizaje de la familia es continuo, es un sistema organizado que se expande o se contrae, aumenta o disminuye, con capacidad para resolver conflictos o aprender a vivir con ellos, como en una situación de enfermedad avanzada y progresiva, en una trayectoria corta o a más largo plazo, y en la muerte del ser querido. En esa evolución del proceso de enfermedad, los miembros de la familia y cuidadores se implican en el cuidado del enfermo, convirtiéndose en verdaderos expertos y referentes del cuidado, sosteniendo la seguridad y la integridad del ser querido.
De forma paralela también en la familia aumenta la necesidad de ser cuidada, para prevenir los efectos que pueden producir la sobrecarga fÃsica, emocional, intelectual e incluso espiritual. La necesidad de ser cuidados para poder cuidar.
Esto es lo que fundamenta que la unidad asistencial de los cuidados paliativos sea el enfermo, su familia y cuidadores, para construir una red de sostén y apoyo, de acompañamiento. Los profesionales sanitarios procurarán potenciar la autonomÃa del paciente y de su familia con su participación activa en las decisiones terapéuticas y los cuidados necesarios. Esta actitud proactiva facilita la adaptación al proceso continuo de pérdidas y de la muerte, la familia aprende a vivir con la pérdida elaborando el duelo de forma anticipada, antes de que su ser querido haya muerto, y cuando muera, favorece el cambio en la reorganización familiar y el crecimiento.